sábado, 19 de febrero de 2011

Él

Miras la barra que parpadea y no sabes cómo empezar.
Delante de ti, pañuelos usados. En tu cabeza, en tu memoria, una persona.
Te sientes impotente, piensas que el mundo es injusto y te enfadas con él como si tuvieras 5 años de nuevo. Aquella persona era la que cuando eras pequeña te regalaba libros sobre bachiller al no saber muy bien qué regalarte. Tú pensabas: qué tontería, eso está muy lejos. Ahora se te viene todo encima, tienes que decidir tu futuro y te acuerdas de él. Aquella persona era la que le daba dinero a tus padres para irte de viaje o hacerte algún regalo y no quería que supieras quién había sido. ¿Cómo se puede ser así? Y ahora, años después, no te dejan ir a verle al hospital. Dicen que es mejor que le recuerdes como estaba, que ahora está muy mal. Noventa son muchos años.
Te sientas a la mesa. No se nota que has llorado porque has estado constipada. Se hace el silencio y tu madre te pregunta qué te pasa. Le dices que comerás más tarde y te vas de allí lo más rápido posible para que no te vean llorar. No sabes cómo desahogarte, no te apetece hablar con nadie... Estás muy, muy enfadada con el mundo.
Así que creces, te haces un poquito más mayor y en el fondo entiendes que no todo son facilidades. Todo aquello que sale por la tele, la guerra, el hambre, las muertes, es todo real. Es todo tangible, casi puedes tocarlo.
Él está solo, de vez en cuando van a verle sus seres queridos. Piensas si cuando a ti te llegue la hora habrá alguien allí, a tu lado. No te da miedo la muerte, te da miedo quedarte completamente solo.
Sabes que no volverás a verle. Nunca. Y el enfado se convierte en tristeza. No sabías cómo desahogarte, así que simplemente... escribes.

2 comentarios:

  1. Siempre, lo que más me llama la atención es con la ternura que escribes de las personas que quieres.

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  2. No es ni la mitad del cariño que siento hacia ellas.

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